La enseñanza de Sócrates "conócete a ti mismo" –darse cuenta de los propios sentimientos en el mismo momento en que estos tienen lugar– constituye la piedra angular de la inteligencia emocional.
A primera vista tal vez pensemos que nuestros sentimientos son evidentes, pero una reflexión más cuidadosa nos recordará las muchas ocasiones en las que realmente no hemos reparado –o hemos reparado demasiado tarde– en lo que sentíamos con respecto a algo. Los psicólogos utilizan el engorroso término de metacognición para hablar de la conciencia de los procesos del pensamiento y el de metaestado para referirse a la conciencia de las propias emociones. Yo, por mi parte, prefiero la expresión conciencia de uno mismo, la atención continua a los propios estados internos, esa conciencia autorreflexiva en la que la mente se ocupa de observar e investigar la experiencia misma, incluidas las emociones. (...) Es la diferencia entre estar violentamente enfadado con alguien y tener, aun en medio del enojo, la conciencia autorreflexiva de que "estoy enfadado". En términos de la mecánica neutral de la conciencia, es muy posible que este cambio sutil en la actividad mental constituya una señal evidente de que el neocórtex está controlando activamente la emoción, un primer paso en el camino hacia el control. (...)
Ser consciente de uno mismo es estar atento a los estados internos sin reaccionar ante ellos y sin juzgarlos. (...) Pero la toma de conciencia de los sentimientos no tiene nada que ver con tratar de desembarazarnos de los impulsos emocionales. (...)
Existen varios estilos diferentes de personas en cuanto a la forma de atender o tratar con sus emociones: la consciente de sí misma, la atrapada en sus emociones y la que acepta resignadamente sus emociones.
La llave que favorece la toma de decisiones personales consiste en permanecer en contacto con nuestras propias sensaciones.
"Cuando puedas poner palabras a lo que sientes, te apropiarás de ello"
Inteligencia emocional, Daniel Goleman