Nuestro yo central no equivale a nuestros pensamientos, emociones, sensaciones, conductas o estados anímicos cambiantes, sino a la Presencia consciente que los atestigua. (...)
La capacidad de observar sin identificación nos descubre también algo decisivo: la conciencia no equivale al pensamiento. La primera es más amplia que el segundo, pues, de hecho, podemos atestiguar o ser conscientes del flujo del pensamiento. (...)
En ningún caso estamos invitando a disociarnos de nuestra experiencia, sino a estar plenamente en ella, sin identificarnos mentalmente con ella. (...) En la conciencia testigo se da la paradoja de que la ausencia de identificación posibilita habitar plenamente la experiencia. (...)
En algunos ambientes que se autocalifican de espirituales, y en los que se enfatiza la importancia de la atención sin juicios o "conciencia testimonial", es habitual advertir cierto desprecio por el uso crítico de la razón o, más genéricamente, por el ejercicio mental o intelectual. Esta contraposición entre la conciencia testimonial y la razón crítica carece de fundamento, pues ambas son indispensables e indisociables. Es preciso examinar las creencias que entretejen y sostienen el yo superficial, ya que, mientras sigamos dando crédito a una creencia, esta nos hipnotizará, tendrá poder sobre nosotros.
"El arte de ser", Mónica Cavallé
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